Una
masacre en Orlando, en una discoteca gay, deja 49 muertos y otros tantos
heridos. Todo obra de un homófobo solitario. Gente que es capaz de matar por
sus ideas, por sus creencias. Gente que no tolera la diferencia, lo distinto.
Que no sabe cómo manejarse con aquello que no entiende, como si hiciese falta
entenderlo todo para respetarlo.
Este
mundo tiene muchos problemas, de todo tipo, y la manera en que siente y vive la
sexualidad es uno de ellos, y generalmente detrás de eso está la religión, que
hace mucho tiempo se empeñó en convertir la sexualidad de las personas en algo
puramente animal, que sólo servía para la reproducción. Hoy en día ya se sabe
que hay animales que tienen relaciones sexuales solo por placer, los bonobos,
por ejemplo, que además también tienen relaciones homosexuales, como los
pingüinos y los delfines. Pero esto todavía es muy desconocido y hay quienes
siguen manteniendo eso de que la homosexualidad no es natural.
Estoy
segura que a más de uno, al escuchar lo de la matanza de Orlando, se le habrá
dibujado una sonrisa bobalicona en la cara y habrá comentado, o quizá solo lo
habrá pensado, eso de “es que se lo andan buscando”. Y no faltará quien afirme
que es un castigo de Dios, de ese pequeño dios que tiene mucha gente, que
siempre anda más preocupado de con quien se acuestan las personas, que de los
niños que se mueren de hambre, los que son violados todos los días o de las mil
aberraciones que ocurren cada segundo en este terrible, al mismo tiempo, que
maravilloso mundo.
Las creencias
deberían ser respetadas, siempre que no se intenten imponer a los demás. Pero
lo cierto es que esas ideas inamovibles que mucha gente tiene en la mente, en
algunos casos extremos, pueden llevar a hechos tan terribles como lo ocurrido
en Orlando hace unos días. En la mayoría de casos, afortunadamente, no se llega
al asesinato, pero aun así pueden hacer mucho daño. Y habría que recordar que
las creencias no son más que el resultado del lugar en que nacimos, la familia
en la que crecimos y la cultura en la que nos hemos formado. Si hubiésemos
nacido en otro lugar, tendríamos otras ideas y también las defenderíamos con la
misma pasión e incluso podríamos matar por ellas. Porque hay personas capaces
de cuestionarse sus creencias en un momento dado, pero hay muchas otras que no,
que basan su existencia precisamente en la inmovilidad de las mismas.
Pensar
que ser homosexual, lesbiana o bisexual es algo antinatural o anormal, no es
más que una creencia. Como es una creencia que a las niñas en ciertos países se
les practique la ablación del clítoris “por su bien” o que en algunas partes del mundo la menstruación todavía sea algo que
convierte de repente a una niña/mujer en alguien “impuro” o que en la India la
casta de los Intocables esté condenada a la miseria más absoluta o que a las
personas de raza negra hace unos años se las equiparase a los animales.
Creencias y más creencias, fantasmas incrustados de tal manera en la mente de
alguna gente que pueden llevarles a cometer los actos más aberrantes. Las
creencias son la cárcel de algunas personas, que no contentas con vivir en
ella, pretenden que todos vivamos en la misma celda y así tengamos la misma
imagen reducida de la vida.
Estamos en el año 2016,
en el siglo XXI, y todas y todos deberíamos saber que las creencias son solo
eso, creencias. Nadie debería matar por defenderlas y mucho menos morir por
ellas. Porque la muerte nos puede llegar por muchos caminos, esperados o
inesperados, pero es muy triste que te mate la ignorancia.
Beatriz Moragues - Derechos Reservados
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