Cuando escribí mi primer artículo sobre este conflicto, jamás imaginé que más de año y medio después no solo la masacre no habría cesado, sino que se habría transformado en un genocidio retransmitido casi en directo. Un exterminio sistemático que se ha desarrollado ante los ojos del mundo, con la complicidad silenciosa y a veces activa de actores internacionales como la Unión Europea. De Estados Unidos, francamente, ni merece la pena hablar.
Durante este tiempo, la crueldad y la maldad indescriptible se han multiplicado por mil. Y mientras se cruzaban todas las líneas rojas un día sí y otro también, hemos escuchado cientos de discursos huecos, falsos y cobardes de quienes, en realidad, nunca han tenido ninguna voluntad de acabar con esta masacre.
Lo que comenzó como una ofensiva militar se ha convertido paulatinamente en una maquinaria de matar, donde los derechos humanos han quedado reducidos a cenizas. Gaza se ha transformado en una zona de exterminio y la comunidad internacional parece haber normalizado la muerte de miles de civiles, entre ellos miles de niños y niñas, el bombardeo de hospitales, la destrucción de escuelas y el asesinato deliberado de médicos, cooperantes y periodistas.
En los últimos días he visto, con una mezcla de esperanza y rabia, como el mundo del periodismo empieza por fin a levantar la voz. Han tenido que morir más de 60.000 personas, entre ellas más de 18.000 niños y niñas, para que algunos medios comiencen a decir algo. Y han tenido que caer 246 periodistas, muchos de ellos mientras ejercían su labor de informar, para que se reconozca que el periodismo en Gaza está siendo silenciado, está siendo exterminado.
La cifra es escalofriante. Gaza se ha convertido en el lugar más letal del mundo para ejercer el periodismo. El asesinato de periodistas no es un daño colateral, es una estrategia. El objetivo es claro, eliminar a quienes muestran al mundo lo que está ocurriendo. Y lo más grave, es que esta estrategia se ejecuta con total impunidad.
Y mientras todo esto ocurre, una flotilla civil compuesta por 24 embarcaciones ha zarpado desde Barcelona con alimentos, medicinas y suministros básicos para Gaza. Por el camino se les irán uniendo otros barcos y se espera que acaben siendo alrededor de 60, con activistas de 44 países. Es la Global Sumud Flotilla, una misión humanitaria que busca romper el bloqueo y llevar la esperanza a una población asfixiada y aterrada. Aunque Israel ya ha declarado que tratará a los activistas como terroristas y los enviará a prisiones de alta seguridad.
Esa criminalización de la ayuda humanitaria, no es solo un insulto a la dignidad humana, es una advertencia para todos. Es el modelo de mundo que algunos pretenden imponer, donde la solidaridad se castiga y el sufrimiento se normaliza. Hoy es el sufrimiento de los gazatíés, mañana... quién sabe.
Y en medio de todo ese horror, hay silencios que duelen. Ver el silencio del mundo de la música, excepto de los cuatro de siempre y alguno más que se atreve a alzar la voz, es desolador. La música, que tantas veces ha sido refugio, resistencia y denuncia, hoy parece haber sido domesticada por el miedo o por la indiferencia. ¿Dónde están las voces que en tiempos pasados cantaron contra el racismo, contra la guerra, contra la injusticia? ¿Dónde están los himnos que nos recordaban que otro mundo era posible?
Hoy, más que nunca, necesitamos ser valientes y mirar de frente al horror, nombrarlo y denunciarlo, aunque incomode a gobiernos, a medios de comunicación y a conciencias dormidas. Necesitamos despertar, porque si el genocidio se convierte en rutina, si la muerte y el dolor ajeno se silencian por comodidad o miedo, todos nos convertimos en cómplices.
Necesitamos despertar porque nos estamos jugando el mundo en el que vamos a vivir, el mundo que heredarán nuestros hijos, el lenguaje en el que se contará la historia. Si el silencio se impone, si la barbarie se normaliza, entonces el futuro solo será una repetición del presente más oscuro.
Y quiero terminar con unas palabras de la periodista Maruja Torres: "Me da miedo meter las manos en la valija y sacar con un fular la sangre que no veo, en un jersey el niño muerto que no toco, en una bolsa el menor no acompañado al que rechazamos. Me da miedo el mundo de hoy, su crueldad y su indiferencia, que quizá se encuentran en el doble fondo de más gente de la que quisiéramos".
Beatriz Moragues - Derechos Reservados
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