Cada día, sin notarlo, ingerimos y respiramos diminutas partículas de plástico que se ocultan en el agua, los alimentos y el aire. Estos microplásticos y nanoplásticos, no solo contaminan el entorno, sino que también se filtran en nuestro organismo, con efectos adversos para nuestra salud.
Esta exposición se ha intensificado porque materiales tradicionales, como la madera, el vidrio o el metal, han sido reemplazados por plásticos, considerados más prácticos, higiénicos y cómodos. Como resultado, tenemos que toda la población europea, sin distinción de edad, está en contacto diario con estas sustancias plásticas. Su presencia puede detectarse en la orina, la placenta, la leche materna e incluso en tejidos corporales.
El destino del plástico suele ser problemático, su reciclaje es limitado y con frecuencia termina contaminando el entorno natural. El plástico, como polímero sintético, incorpora numeroso aditivos: para darle color, aumentar su resistencia o evitar su degradación por la luz solar. En envases de uso cotidiano, como las botellas de agua, estos compuestos pueden migrar al líquido que contienen y que acabamos consumiendo.
Gran parte de la ropa que usamos está hecha de materiales sintéticos derivados del petróleo, como el poliéster y el nylon. Aunque la piel apenas absorbe sus componentes, el problema surge en el momento del lavado.
Cada vez que ponemos estas prendas en la lavadora, se liberan microfibras plásticas que se desprenden por el desgaste. Estas diminutas partículas terminan en las aguas, alcanzan ríos y mares, y contribuyen a la contaminación ambiental de forma silenciosa pero constante.
Plásticos en la naturaleza y en nosotros
Cada año se producen en el mundo más de 400 millones de toneladas de plástico, y aproximadamente la mitad son envases de un solo uso. Sin embargo, solo alrededor del 10% se recicla de manera efectiva. El resto se acumula en vertederos, se quema o termina en países más pobres.
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