Le miré, sentado en la estación, con su barba blanca y esa carta entre las manos, probablemente recuperando un retazo de un pasado feliz o recordando una despedida. Solo, ajeno a la gente que pasaba a su lado, sumido en sus propios pensamientos. Presente, pero al mismo tiempo ausente. Y yo, que desde que era una niña he sentido una debilidad especial por las personas mayores, me vi atrapada de pronto por la nostalgia, los recuerdos y por la sensación inevitable de que yo también me estaba haciendo mayor.